Se mueve
para acá, mirá para allá, gira la cabeza para un lado, los ojos para el otro,
suena sus dedos, rechina los dientes. Movimientos hiperquinéticos dominan la
escena. Su mirada no se aleja de la pelota. La diminuta remera rojiblanca debajo
del sweater se le pega al alma.
La pierde el 5, la recupera el 2, la toca al 8
quien de primera habilita al 10. La pisa, hace una pausa antes de acariciar el
balón hacia el 9. Ahora el que hace la pausa es el corazón de ÉL.
Se detiene
todo, ya no suenan los dedos, sus manos comienzan
a cerrarse mientras suben hasta la altura de su pecho. Se para. Sus ojos engrandecen
fijando una eterna mirada en el 9, los movimientos hiperquinéticos desaparecen
junto al ruido de la hinchada. El delantero esquiva al arquero antes de definir
violentamente.
Él, parado en la tribuna, volando en la cancha, grita el gol con
el alma, tira uno, dos, tres y hasta cuatro extraños puñetazos al aire, se
abraza con desconocidos, se desconoce perdiendo su decoro. El corazón se le
sale en cada interminable oooool. Y no termina nunca, es feliz. Esa lagrima que
le recorre su pequeño rostro también lo es.
Periodista de alma. Curiosidad del destino, capricho de la
genética, el rojiblanco lo siguió a todos lados. Radical como pocos, periodista
como ninguno, lee todo al respecto, recibe llamados de políticos que no
atienden a nadie.
Consigue información, la analiza, escribe con la misma pasión
que festeja los goles. Como si estuviese en una cancha, pasa el tiempo, su
cuerpo debilitado le pide una pausa. Pero cual 10 batallador buscando la
victoria, él la pelea y despliega su magia armonizando palabras hasta el minuto
90.
“Ya no, ya estoy cansado”, le dice a un compañero de La Voz
cuando éste le ofrece su notebook para que escriba la última nota que no fue.
El tiempo de alargue ya se había cumplido para este guerrero de la pluma.
Se va. Y ahí está, acostado, aliviado, respirando el
ambiente por última vez, sabe que en breve estará mejor. Y es en ese momento
que desde la radio de su corazón, se escucha la inconfundible voz del Turco
Whebe. El eterno grito de gol le recorre esparciendo el último suspiro de
vitalidad por todo su cuerpo.
Y Fernando oye. Ya no mueve la cabeza, ya no
dispersa su mirada, ya no aprieta los puños, abre sus ojos por última vez, los
cierra justo antes que incontables recuerdos se atropellen en su mente. Festeja
con el alma. Es feliz. Nuevamente, es feliz.
Hasta
siempre Micca,
*Soy hincha
de Talleres desde antes de saberlo, hasta los huesos me duelen cuando perdemos,
pero esta campaña aliento a Instituto. Deseo con todas mis fuerzas que ascienda
porque sé que Fernando, desde allá, tirará de nuevo extraños puñetazos al aire,
será feliz y descansará en paz.
Me tocó
cuidarlo un par de veces en su última etapa, pero, en realidad, era él quien me
cuidaba. Me dedicaba a escuchar, sobre todo a sus silencios. Me enseñó sin
hablar más de la vida y la muerte de lo que aprendí en 25 años. Tuvimos charlas
que quedarán entre nosotros, pero me dejó esas frases que uno nunca olvida, esa
frases que te ayudan a seguir, a valorar y a olvidar. Después de todo, vivimos
una sola vez.
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Criticando...Reflexionando...algo saldrá