viernes, 6 de enero de 2012

Un día como otros

8 am. Me levanto apurado para organizarle una fiesta sorpresa a mi vieja, sin embargo, los amigos de Tamse me regalan un paro sorpresa del cual me entero tras una hora de espera. Miro mis bolsillos: DNI viejo, cospel y $12. Se larga la lluvia. Esquivando cloacas desbordadas camino 11 cuadras hasta la parada del N1. Viene, subo, me transformo en pieza de Tetris y encajo a la perfección entre el asiento 6 y 6 ½. No entra ni una mosca. Mierda! Entra una mosca y se esconde en mi oído impidiéndome escuchar Los Wachiturros a todo volumen que ponen los dj´s del fondo. Si mi mano no estuviese atorada entre mi bolsillo y la cola del cana del lado, me la sacaría.

Miro para arriba intentando respirar y mis pulmones se llenan de una mezcla tal de olores que resultan imposible de descifrar. Mi suspiro se ve interrumpido por un fuerte golpe. Todos gritan, se pisan, se apoyan, se embarazan, anarquía en el N1. Salgo escupido del bondi mientras alcanzo a leer “descienda con cuidado”. El colectivero libera años de insultos retenidos contra un joven y su mini Cooper: “No te ví”, contesta el pibe que atravesó la calle respetando los semáforos que no funcionaban. El N1 quiso frenar, pero una seguidilla interminable de baches le jugó una mala pasada.

Bajo, tomo un taxi. El año pasado con $12 me sobraba. A las 8 cuadras me doy cuenta que algo cambió y debo pagarle: “$11.55”, dice con sonrisa socarrona. Me bajo. Estoy más lejos que antes. Pienso en buscar la moto de mi abuelo pero no tiene nafta. Voy a la YPF y me dicen que sale $5. “El mes pasado salía $4!”, reclamo. “Ah pará…tenés razón, me queda Fangio XXI nada más, $6 el litro”, contesta con un dejo de ironía el bien alimentado playero.

Mientras cruzo a la Esso del frente veo un cartel gigante con letras blancas y fondo rojo: $7. Pienso en quedarme ahí, en medio de la Vélez Sarsfield y terminar con esta agonía, pero un pantalón blanco y un escote con encaje me hacen cambiar de idea. Sigo un par de cuadras al angelito disfrazado de cordobesa hasta que un trueno me sorprende y me despierta de este idilio no correspondido. Reacciono y veo un sugerente cartel delasotista: “Alas para los cordobeses”. Miro de reojo mi espalda. No tengo nada.

Llego a la Plaza San Martín y el olor a chori no se hace esperar. Los inspectores están de paro. Tengo 10 minutos para comprarle el regalo a mi vieja. 300 segundos más tarde salgo del centro con un salame de $10, un reloj despertador, un litro de transpiración, un bóxer con trompita y un senegalés. Camino a casa paso por la Muni para pagar una multa. Ingreso y leo: “Asamblea”. Espío por la ventana y veo 20 empleados muy serios debatiendo con pasión democrática. “Son más crocantes!”, dice uno. “Son más caros!”, le retruca otro. Anotan en el pizarrón: “Votación final. Hojaldrado: 17. Común: 3”. Los municipales ya habían decidido con qué criollitos desayunar.

Semáforos rotos, calles destrozadas, cloacas rebalsadas, descontrol municipal. Salgo exigiendo explicaciones. Lo cruzo a “Julio Humberto” Daniele: “Dame tiempo”, dice. Lo veo a Giaco: “Es culpa de Juez”, lo busco al Luí: “Es culpa de Kammerath”; lo busco a Germán: “A mí me puso el gallego”; lo busco a DLS: “Querido cordobés, el 40% eligió el cordobesismo!”. Por último, lo veo a Mestre que antes de recibir mi reclamo grita: “Paro a la japonesaaaaaa”, mientras entra al Sushi Club de la Núñez.

Sigo mi camino. Llego a casa, recibo a todos. Acomodo a los niños detrás de las sillas, a los abuelos los acuesto en los sillones y el resto espera agazapado sorprender a la cumpleañera. Apago la luz y un silencio tenso inunda el comedor. Un pedo de la abuela interrumpe el momento pero el ruido de la puerta abriéndose no da tiempo para soltar la risa pero sí la respiración. “Felíz cumpleeeeaaghhhhh!” gritamos al unísono mientras mi transpirada mano prende y apaga el interruptor sin lograr iluminar la casa. Tras 32 intentos, me doy por vencido. Nos quedamos sin luz. Mi vieja no entiende nada y empieza a gritar y tirar cachetadas al aire pensando que es un robo. Entrá en shock. Se desmaya. “Llamá a EPEC, llamá a EMI”, se escucha desde la oscuridad. En la desesperación marco la primera opción. Ocupado. Redial. Me atienden. Elijo opción 5, después la 3, la 4, la 3 de nuevo, la 2, la 1, la 0. Me cortan. Corto.

Ahora llamo a EMI y empiezan las preguntas de rigor: “Apellido y nombre, edad, ocupación, obra social, pintura de uñas, primer novio, Wallmart o Carrefour, Talleres o Belgrano, tiene tatuajes?”, en eso reacciona mi vieja pero cuando el senegalés la quiere ayudar a levantarse se desmaya de nuevo. Éste, agarra su colcha con cd´s y huye.

Finalmente, llega la ambulancia y la llevamos al de Urgencias. Están de paro. La llevamos a la Romagosa, no tienen camas. “Córdoba te quiero”, dice Ramoncito en la radio. Volvemos a casa. Vuelve la luz. Mami ya está bien. Todos felices festejamos hasta que otro pedo de la abuela cierra la noche.


3 comentarios:

  1. Me encantó, no he leído en mi vida algo tan cordobés como esto, gracias, me hiciste reir mucho.Esta ciudad es para odiarla y amarla apasionadamente sin medias tintas

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  2. excelente!!! Muy gracioso

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  3. Muchas gracias a ambos! Saludos!!

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