En marzo de
1997, pleno proceso militar y cuando estudiar periodismo en Argentina era poco
menos que un sacrilegio, vi por por primera vez a Fernando Micca en la por
entonces “escuelita de Miguel”, hoy prestigioso Colegio Universitario de Periodismo
Obispo Trejo y Sanabria.
Miguel,
evidentemente, era y es Miguel Argentino Pérez Gaudio,
A partir de
ahí comenzó una amistad que se fue forjando y fortaleciendo en el tiempo.
Tímido e introvertido, su capacidad intelectual no pasó inadvertida entre
tantos compañeros de curso que buscaban ser protagonistas en el arte de
describir la realidad.
Era el más pequeño
de físico pero también de edad. Había llegado desde su Falda natal con apenas
18 años y compartía con algunos amigos de la infancia, un pequeño departamento
en el complejo Santo Domingo.
Empezamos a
estudiar en grupo y pese a ser el menor (le llevábamos más de tres años),
Fernando marcaba y nos marcaba unas calidades y unos conocimientos que ya lo
empezaban a distinguir como el excelente periodista que fue.
Nos hicimos
muy amigos.
El de
Instituto, yo de Talleres. El, del centro, yo de un barrio.
El,
silencioso y callado, yo incontinente verbal.
Quizás
entre tantas diferencias, surgieron los puntos en común que nos llevaron a ser
como hermanos.
“Fernandito”,
como lo llamábamos los amigos, siempre estuvo presente ante una adversidad.
Cuando ingresé a La Voz del Interior, el ya hacía un par de años que trabajaba
en el diario. Su incisiva pluma rápidamente cautivó a los lectores y su
bonhomía y generosidad se caracterizó en una profesión teñida de falsos egos e
individualismos.
Se ponía
incómodo cuando recibía un regalo. Quizás, por eso, siempre fue el primer
comprador de los libros que sus propios amigos escribían y que no aceptaba que
le obsequiaran. En su generosa biblioteca, descansan textos de Mariano Saravia,
Sergio Carreras o Claudio Fantini, por citar algunos, que Fernandito corría
presuroso a comprar en la librería de Rubén “Corcho” Goldberg.
Compañero
de la soledad, disfrutaba tanto de una buena lectura como del sabor de un whisky
escosés, sentado en un enorme sillón de su departamento, a espaldas de los
ruidos de la calle.
“Estoy con
unos dolores de estómago pero lo mismo nos juntamos a comer el domingo”, me
dijo en mayo de hace tres años.
Por lo
menos dos veces al mes, los domingos preferentemente, nos juntábamos ambas
familias a comer en algún restaurante y a hablar cuestiones coyunturales.
En ese
almuerzo Fernando ya no estaba bien. Empezó a perder peso y el 29 de junio,
justo cuando cumplía 50 años, lo operaron.
“El peor de
los paisajes, tiene de seis meses a dos años de vida”, me dijo, secamente
Daniel, médico y hermano mayor de
Fernandito cuando salió de la sala de operaciones.
Caminé unos metros hasta el bar del sanatorio. Pedí
un café que nunca tomé. Estuve sentado,
con los ojos mirando la nada, una, dos, tres horas.
Fernando se
convirtió en un paciente ejemplar. Rayos, quimioterapia, medicamentos,
internaciones y dietas fueron aceptadas dignamente y nunca se quejó, aunque los
dolores lo doblaran y las angustias se multiplicaran.
Conocedor
del desenlace final, vivió cada minuto de cada día con una energía desbordante,
con una hidalguía particular, con una dignidad envidiable.
Este jueves
siete de junio es el Día del Periodista.
Te vamos a
extrañar Fernandito.
Marcelo Soria
Periodista
0 comentarios:
Publicar un comentario
Criticando...Reflexionando...algo saldrá