jueves, 7 de junio de 2012

“Fernandito”


En marzo de 1997, pleno proceso militar y cuando estudiar periodismo en Argentina era poco menos que un sacrilegio, vi por por primera vez a Fernando Micca en la por entonces “escuelita de Miguel”, hoy prestigioso Colegio Universitario de Periodismo Obispo Trejo y Sanabria.

Miguel, evidentemente, era y es Miguel Argentino Pérez Gaudio,

A partir de ahí comenzó una amistad que se fue forjando y fortaleciendo en el tiempo. Tímido e introvertido, su capacidad intelectual no pasó inadvertida entre tantos compañeros de curso que buscaban ser protagonistas en el arte de describir la realidad.

Era el más pequeño de físico pero también de edad. Había llegado desde su Falda natal con apenas 18 años y compartía con algunos amigos de la infancia, un pequeño departamento en el complejo Santo Domingo.

Empezamos a estudiar en grupo y pese a ser el menor (le llevábamos más de tres años), Fernando marcaba y nos marcaba unas calidades y unos conocimientos que ya lo empezaban a distinguir como el excelente periodista que fue.
Nos hicimos muy amigos.

El de Instituto, yo de Talleres. El, del centro, yo de un barrio. 
  
El, silencioso y callado, yo incontinente verbal.

Quizás entre tantas diferencias, surgieron los puntos en común que nos llevaron a ser como hermanos.

“Fernandito”, como lo llamábamos los amigos, siempre estuvo presente ante una adversidad. Cuando ingresé a La Voz del Interior, el ya hacía un par de años que trabajaba en el diario. Su incisiva pluma rápidamente cautivó a los lectores y su bonhomía y generosidad se caracterizó en una profesión teñida de falsos egos e individualismos.

Se ponía incómodo cuando recibía un regalo. Quizás, por eso, siempre fue el primer comprador de los libros que sus propios amigos escribían y que no aceptaba que le obsequiaran. En su generosa biblioteca, descansan textos de Mariano Saravia, Sergio Carreras o Claudio Fantini, por citar algunos, que Fernandito corría presuroso a comprar en la librería de Rubén  “Corcho” Goldberg.      

Compañero de la soledad, disfrutaba tanto de una buena lectura como del sabor de un whisky escosés, sentado en un enorme sillón de su departamento, a espaldas de los ruidos de la calle.

“Estoy con unos dolores de estómago pero lo mismo nos juntamos a comer el domingo”, me dijo en mayo de hace tres años.

Por lo menos dos veces al mes, los domingos preferentemente, nos juntábamos ambas familias a comer en algún restaurante y a hablar cuestiones coyunturales.

En ese almuerzo Fernando ya no estaba bien. Empezó a perder peso y el 29 de junio, justo cuando cumplía 50 años, lo operaron.

“El peor de los paisajes, tiene de seis meses a dos años de vida”, me dijo, secamente Daniel, médico  y hermano mayor de Fernandito cuando salió de la sala de operaciones.

Caminé  unos metros hasta el bar del sanatorio. Pedí un café que nunca tomé.  Estuve sentado, con los ojos mirando la nada, una, dos, tres horas.

Fernando se convirtió en un paciente ejemplar. Rayos, quimioterapia, medicamentos, internaciones y dietas fueron aceptadas dignamente y nunca se quejó, aunque los dolores lo doblaran y las angustias se multiplicaran.

Conocedor del desenlace final, vivió cada minuto de cada día con una energía desbordante, con una hidalguía particular, con una dignidad envidiable.

Este jueves siete de junio es el Día del Periodista.

Te vamos a extrañar Fernandito.



Marcelo Soria
Periodista

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