viernes, 31 de enero de 2014

Como siempre, igual que nunca

Te vi. Vi de nuevo tus ojos. Sentí de nuevo tu presencia. No me podía acercar. Sentí ese pavor que se siente cuando te paralizás en un sueño solo para no despertarte. Te quedás inmóvil por miedo a descubrir que no es real. 

Te seguí. Ibas tan segura que temblé. No hay nada peor ni mejor que una mujer segura. Abriste la puerta. Te seguí. La cerraste. Me quedé mirando el vacío. “Vení acá”, escuché que ordenaste. Antes que la “a” llegara a mi oído estuve ahí, al frente tuyo. De nuevo. Como siempre, igual que nunca. Me acariciaste el rostro rápidamente con tu mano. No sentí el golpe solo la descarga. 


Sentí”, quise pensar pero tu boca interrumpió todo mi ser y me dejé llevar. Cuando quise abrir los ojos ya estabas desnuda sobre la cama mirándome, desafiándome. Ya no pensé más. Fui por vos como un ángel entrando al cielo, como Adán despidiéndose de Eva. 

Desenfrenadamente nos adueñamos del otro. Besé allá mientras toqué acá. Mi boca hizo un rally por tu cuerpo mientras tu voz despertaba todos mis sentidos. 

Estaba de nuevo con vos. Como siempre, igual que nunca. No podía descifrar qué sentías, qué pensabas. Tampoco lo quería saber. Tampoco tenía tiempo. Tu cuello volvió a ser mío. La suavidad de mis labios volvió a ser tuya. Cada beso encadenaba con el siguiente. Nos besamos hasta besarnos los besos.

En ese frenesí el placer fue el actor principal. Estábamos hecho para eso, para esto. Nuestra piel nos reclamaba y fuimos sus soberbios servidores. Hice lo que más te gusta que te haga que milagrosamente coincide con lo que más me gusta hacerte.

Sabía cómo había comenzado pero no si iba a terminar. El placer te consumió y entonces fui a tu lado, giré y no resististe mi espalda. 

Esa siesta el amor se reunió en el mejor bar con el sexo. Charlaron un rato hasta que nos vieron. Solo pudieron envidiarnos. 

Bajo la atenta mirada de nuestros ojos seguimos eternizándonos. Una y otra vez. 

La respiración agitada era la ley. Una ley que se aplicó mucho más tiempo del tiempo que podemos contar con el tiempo. Explotaste de pasión, de felicidad y de tristeza. Con mi tsunami de sentimientos no podía entender qué pasaba. Luego me confesarías que eran lágrimas. 

Con el corazón galopando a gran velocidad nos acostamos uno al lado del otro. Como siempre, igual que nunca.  

Finalmente no tuvo fin. 

Aún me encuentro encerrado en ese cuarto, en esa penumbra que ilumina el contorno perfecto de tu figura perfecta. Todavía estoy ahí acostado. Abrazándote. Amándote. 


0 comentarios:

Publicar un comentario

Criticando...Reflexionando...algo saldrá